martes, 1 de julio de 2014



No existe en mi memoria prácticamente, momento de mi infancia que no implique mallas, antiparras y olor a cloro. Fui nadadora, muchísimo tiempo.

En el club de barrio en el que entrenaba, la amistad lo era absolutamente todo, más allá de las diferencias irremediables, más allá de la competencia, más allá inclusive del cronómetro mismo, único y soberano enemigo nuestro.

 En ese ambiente que parecía perfecto para mis cortos 12 años, lo conocí. Al comienzo como un compañero más... un “nene” un año y medio más chico que yo, morocho, con rulos (muchos), bajito en estatura (obviamente, tomando en cuenta nuestra edad) y hermano del medio de una de mis mejores amigas dentro del equipo, he aquí la cuestión.

 Alrededor del año de habernos conocido, su personalidad taurina en el estado más puro que puedan imaginarse me cautivo al punto de sentir que me faltaba el aire cada vez que lo veía pasar, aunque sea de lejos. La forma en que me miraba no tenía comparación con ninguna otra cosa en este mundo y la sensación de que el tiempo se detenía exactamente en ese momento me hizo pensar que era la primera vez que estaba enamorada.

Bien, enamorada, si, pero del hermano de mi amiga. Amor reciproco? Sí, pero secreto. A la complicada historia de la hermana habría que sumarle el hecho de que nuestras familias se hicieron intimas amigas, así que los meses previos al noviazgo (si, hubo uno, inocente y fugaz, pero hubo) tuve que pasar por las estresantes situaciones de verlo y literalmente como dice la canción de Callejeros “es que duele, verte cerca y no poder tocarte”. Viajes en los mismos autos, tardes de sábado paseando juntos, noches durmiendo en la misma casa y sin poder cometer el mínimo error, sin poder dejarnos ni un poco en evidencia. Totalmente ajenos.

La formalización llegó un 21 de Julio de 2007, día del amigo festejándolo en su casa. Era tarde, papá ya estaba por venir a buscarme pero yo decidí comerme un pedazo más de pionono con dulce de leche. Al darle un primer mordisco se filtra entre mis labios una gran cantidad de relleno que cae sobre mis piernas, exactamente en uno de los agujeros intencionales que tenía hecho mi amado jean. Él no tuvo mejor idea que pasar su dedo por el relleno y llevárselo a la boca, con lo que en mi mente sonaba algo así  como “The trooper” de Iron Maiden.

Quedé congelada, así que mi primera reacción fue pararme y salirme del living (lleno del resto de mis amigos)  y subir a buscar mi abrigo. Revolviendo nerviosa entre todas las camperas, por fin encontré la mía y cuando me decidí a bajar, al darme vuelta estaba ahí parado en la puerta impidiendo mi salida. Nos miramos un buen tiempo, o en realidad fue corto y me pareció larguísimo… cuando rompió el silencio para pronunciar una frase que se iba a quedar conmigo un buen rato: -ya te vas? A lo que respondí: -sí, papá está abajo ya. Cuando intenté acercarme para dejar la habitación me frenó, me miro fijamente y dijo: -podríamos ser algo no? Quiso darme un beso pero un pánico inducido por mi virginidad me paralizó, con lo que sólo lo abrace. Después se  metió la mano en el bolsillo, saco un collar que era una cruz en un hilo muy rustico y me lo dio. Subí al auto agitada, emocionada, miedosa, viva. Cómo iba a mantener la ansiedad? Cómo iba a decírselo a su hermana, a mi amiga? Cómo serían las cosas a partir de ahora?.

Cuando me dio ese regalo no se imaginó que materializó todas las sensaciones de esa noche, en un simple dije de acero quirúrgico.

Admito que en un punto fue divertido, sí. Las cosquillas en la panza por lograr que nadie nos vea, los mensajes de texto, las encontradas a escondidas. Pero, como todo lo bueno (o lo que al menos parecía serlo) se terminó, generando una de las peleas más fuertes y angustiantes de mi vida y de la manera más estúpida. Yo sabía que mi obligación como amiga era hablar con su hermana, pero era tan fuerte su imagen, tan imponente que no sentía que pudiera hacerlo sola con lo que acordamos hacerlo juntos. Una tarde me llego un mensaje que decía: -recién hablé con ella, ya sabe todo. Al leerlo sentí literalmente que la sangre se me helaba, el había roto nuestro pacto y había quebrado por completo mi seguridad, como iba a poder enfrentar la situación? Simplemente sabía y comprendía, la tormenta que se avecinaba.

El entrenamiento siguiente, llegue al club con un millón de excusas pensadas para el “porque no me lo dijiste antes?” Pero ninguna funciono, ni siquiera llegue a pronunciarlas. Cuando mi amiga se acercó, de mi boca salió la frase: “Agus… dejame que te explique” a lo que recibí como respuesta lágrimas, gritos, y el asegurarme una relación muy tensa con mi “ex-amiga” la cuál no quería entender de razones. Lo único que me quedaba, era aferrarme a él, al motivo por el que puse en juego una gran amistad.

Al pasar una semana del hecho traumático, él y yo habíamos hablado muy poco y comenzaba a extrañarlo. Salí de colegio ese mediodía y al mirar mi celular leí las siguientes palabras: “tenemos que terminar con todo esto, van a terminar peleándose todas” haciendo obviamente referencia al resto de mis amigas, que no tardaron en tomar partido por su hermana o por mí.

En ese momento entendí todo. Yo había puesto muchas cosas en juego, una amiga, un grupo, una familia. Sentí todo, era la primera vez que podía ver lo que era físicamente la decepción, la angustia, literalmente sentí que me habían arrancado el corazón. 

Y que él se lo había quedado.

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